Durante años, el cambio climático fue tratado como un problema ambiental; hoy sabemos que también es una amenaza directa para la salud humana.
El aumento de las temperaturas, la contaminación del aire y la expansión de enfermedades infecciosas están afectando a millones de personas en todo el planeta. No se trata de un futuro lejano: el cambio climático ya está enfermando al mundo, y sus consecuencias sanitarias se sienten en cada continente.
El calor extremo y sus efectos en el cuerpo humano
Las olas de calor son ahora más frecuentes, intensas y prolongadas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el calor extremo causa cada año más de 150.000 muertes relacionadas con el estrés térmico, la deshidratación y los golpes de calor.
El cuerpo humano está diseñado para mantener una temperatura interna estable, pero cuando el ambiente supera los 35 °C con alta humedad, el sistema de regulación falla. Esto puede provocar fallas renales, desmayos, arritmias e incluso daños cerebrales en personas vulnerables.
Las ciudades, donde el asfalto y la falta de vegetación aumentan la temperatura, se han convertido en trampas térmicas. El fenómeno conocido como “isla de calor urbano” afecta especialmente a adultos mayores, niños y trabajadores expuestos al sol.
Aire más tóxico, pulmones más débiles
La contaminación atmosférica es uno de los principales vectores de enfermedad derivados del cambio climático. El aumento de incendios forestales, la quema de combustibles fósiles y el ozono troposférico están degradando la calidad del aire global.
Respirar aire contaminado contribuye al desarrollo de asma, EPOC, cáncer de pulmón y enfermedades cardiovasculares. De acuerdo con la OMS, la contaminación del aire causa alrededor de 7 millones de muertes prematuras al año.
Además, el aire caliente agrava la concentración de partículas finas (PM2.5) que pueden penetrar profundamente en los pulmones y llegar al torrente sanguíneo, afectando incluso al sistema nervioso.
Enfermedades que viajan con el clima
El cambio climático también está modificando los patrones de propagación de virus y bacterias. Los mosquitos que transmiten enfermedades como el dengue, el zika y la malaria están colonizando regiones antes templadas.
Zonas del sur de Europa, el sur de Estados Unidos e incluso partes de Canadá ya reportan casos autóctonos de dengue, algo impensable hace dos décadas. El aumento de las temperaturas y la humedad crea un hábitat perfecto para la reproducción de estos vectores.
Incluso enfermedades respiratorias como la gripe y el COVID-19 se ven afectadas por los cambios de temperatura y calidad del aire, que alteran los ciclos estacionales y debilitan los sistemas inmunológicos.
Impacto en la salud mental y social
No solo el cuerpo sufre, la mente también. Fenómenos climáticos extremos como huracanes, incendios o sequías generan estrés postraumático, ansiedad climática y depresión. En comunidades agrícolas o costeras, la pérdida de medios de vida ha incrementado los casos de suicidio y desplazamiento forzado.
El estrés climático se ha convertido en un nuevo factor de riesgo para la salud mental, especialmente entre los jóvenes. Según un estudio de The Lancet, el 59 % de los jóvenes en 10 países afirma sentirse “muy o extremadamente preocupado” por el cambio climático y su futuro.
Adaptación y prevención: cómo protegernos ante el nuevo clima
Replantear las ciudades
Fomentar espacios verdes, techos vegetales y zonas de sombra ayuda a reducir las temperaturas y mejorar la calidad del aire. Ciudades como París y Melbourne ya integran la adaptación climática como prioridad de salud pública.
Sistemas de alerta temprana
Programas de prevención para olas de calor, control de vectores y calidad del aire son esenciales. Algunos países han creado mapas de riesgo climático para anticipar crisis sanitarias.
Educación y políticas de salud verde
Promover dietas sostenibles, transporte activo y consumo responsable no solo reduce emisiones, también mejora la salud cardiovascular y mental. La lucha contra el cambio climático y la prevención sanitaria van de la mano.
El cambio climático no es solo una cuestión de temperatura, sino de supervivencia. Cada grado que aumenta en el planeta se refleja en más enfermedades, más desigualdad y más sufrimiento humano.
Proteger la salud pública implica también proteger el ambiente que nos sostiene. En definitiva, no habrá bienestar humano posible en un planeta enfermo.
La pregunta es urgente y personal: ¿cuánto más aguantará nuestro cuerpo lo que la Tierra ya no puede soportar?